LA VOZ DE CASTELAR
diciembre de 1963


el acontecimiento de 1913

 

“Sobre el filo de 1890, la lomada ubicada hacia el oeste de la cañada de Morón estaba ya subdividida por grandes quintas residenciales, entre las cuales se andaba por una serie de caminos que orientaban el tránsito de coches y carretas hacia la Villa de Luján.

Por el lado sud, un viejo camino virreinal partía desde la cañada cortando con su larga cinta una sombreada espesura, hasta llegar a conectarse con una antigua ruta que conducía hasta Merlo (hoy calles Bartolomé Mitre, Rivadavia, Buenos Aires y Avda. Zeballos). Por el norte, surgían con la amplitud generosa de la tierra despoblada el camino viejo de Morón a Ituzaingó (hoy Inocencio Arias) y la calle ancha (hoy Gaona) que bordeaban la muy antigua población denominada Loma Verde, residencia y sepulcro de un gran poeta de la época de nuestra independencia, Don Bartolomé Hidalgo; eslabón obligado en las rutas del Alto Perú; asiento en esta comarca de un tipo de campesinado que ha dado tradición argentina: el gauchaje; tierra de carreras cuadreras de tiempos lejanos y asiento solariego de algunos hombres que se distinguieron en esa larga y penosa campaña civilizadora contra los indios de la pampa inmensa, como el General Peña, el Coronel Cardoso y coronel Granada.

Por aquellos tiempos, vino a residir la familia Cerini, cuyo progenitor poseía una tropa de carros y entre cuyos componentes compartía los quehaceres paternos un niño de ocho años: Pedro Cerini, que había nacido en 1882. Fue boyero en trabajos que se hacían a tanto por la vencindad (sic) y más tarde cochero en Don Estanislao Zeballos. Fue mi amigo ! nos decía con seguridad y aplomo, confirmando el trato recíproco y para convencernos nos relató un anécdota (sic). Cierto día Don Estanislao le encomendó que le comprara maíz para los chanchos y Don Pedro armó su carro y se encaminó a la plaza Once de Setiembre -como era costumbre en la época- a cumplir el pedido. La factura debía ser entregada en el estudio del Dr. Zeballos para el pago. Pero Don Pedro, cómo él iba a cobrar a un amigo! Lo pagó él y no dijo nada. Un día, haciendo cuentas, Don Estanislao observó que el maíz todavía no había sido pagado y se lo dijo a Don Pedro con toda la habilidad y cortesía que hubiese sido menester en una de sus tantas tareas diplomáticas. Pero Don Pedro hizo hincapie en no cobrar una cuenta de un amigo y las relaciones se ensombrecieron entre ambos, porque uno quería pagar y el otro no quería cobrar, hasta que predominó el buen sentido y Don Pedro hizo efectiva su cuenta. Y todavía me dio una propina !...nos dice sellando su anécdota.

Este vecino de 81 años nos ha relatado la historia vivida en nuestra población de hoy. De memoria fresca, fue recordando episodios. Por su casa alcanzó a presenciar el paso de las carretas toldadas que se encaminaban hacia el oeste con su vientre repleto de mercaderías, porque aún en aquellos tiempos era un medio de comunicación que se aferraba al pasado, en competencia con el ferrocarril.

En 1910, a los 28 años vio llegar un día una comitiva que se encaminó en sendos coches, desde la cañada de Morón por lo que es hoy Bartolomé Mitre hasta la “Victory Farm”, quinta que pertenecía a Don Estanislao Zeballos. Entre las personas que viajaban iba una señora gorda y otro más, un hombre delgado, alto, de anteojos, de los cuales supo más tarde que eran la Infanta Isabel de Borbón y el Presidente de la República Dr. Figueroa Alcorta.

En esos días lo llamaron de la jefatura militar de Morón, en Donde el jefe que lo atendió le manifestó que se había comprobado que era un desertor. En realidad lo era. Don Pedro argumentó que no se había presentado a servir porque necesitaba trabajar. El jefe, sin despojarse de su hábito militar le entregó la certificación, manifestándole que había sido indultado a pedido de la Infanta Isabel de Borbón.

Sus relatos son amenos, porque han sido vividos intensamente en la lomada que sirvió de asiento a nuestra localidad contemporánea. Su casa dio albergue a un sobrino del coronel fusilado en Navarro, Don Manuel Dorrego. Con su familia, también, cumplió los 100 años, en un día de grato recuerdo. Era Don Felipe Rodríguez y Dorrego, hijo de una hermana del coronel, que apenado por la muerte de su madre a quien estimó entrañablemente fue negligente con sus bienes y con su cuidado personal perdiendo todo.

La fundación de esta nueva población tuvo el escenario que narramos. La pradera finisecular dando marco al romanticismo de una generación, porque las quintas de entonces se distinguían por el descenso, por el ambiente veraniego y por la vida social.

Pero el progreso que trae superiores formas de covivencia, fijó un nuevo destino a la lomada que estaba al oeste de la cañada de Morón. Un vastísimo plan se fue desarrollando en los albores del siglo XX, para extender a la inmensa población que ya se preveía y se crearon medios para acortar la distancia de una extensa región que quedaría comprendida en la nueva estructuración.

El subterráneo de Plaza de Mayo a Once -que estos días cumplió también su cincuentenario- fue el primer paso. De inmediato la creación de estaciones ferroviarias, hasta Moreno. Más tarde, pero mucho más tarde, la electrificación de líneas ferroviarias y el subfraccionamiento de tierras para alojar a los nuevos pobladores. La pampa se entregaba mansamente ante los tentáculos devoradores de la ciudad, y de esa conquista alucinante de la civilización, como si fuera una nueva forma genética, surgió un nuevo e incipiente poblado.

El 12 de diciembre de 1913, kilómetro 22 en la nomenclatura del Ferrocarril Oeste, se convirtió en estación para trenes de pasajeros. Pocos días antes se había inaugurado el subterráneo. Ocho días después se cambió el nombre de kilómetro 22 y se adoptó el de Castelar, sugerencia histórica del vecino Dr. Estanislao Zeballos.

Don Pedro Cerini nos confiesa que debió haberse llamado Reboredo en homenaje a Don Gabriel, que fuera más tarde Intendente Municipal de Morón, por haber sido el donante de una fracción de tierras frente a la estación, para extender las dependencias del ferrocarril, y por haber sido un hombre que impulsó el progreso local por aquella época. Con todo respeto, no deseamos adherirnos a la polémica, porque pudo haberse llamado Zeballos, Castelar o Reboredo. Cualquiera de los tres honraban a la población con su apellido. Castelar fue la definición y constituyó un homenaje a la Madre Patria, con todo que siempre perdurará el recuerdo para Zeballos que no quiso que se adoptara el suyo o para Reboredo, que se lo ha honrado dando su apellido a una calle.

Las vísperas del bautismo, cuando ya se estaba en los albores de la fundación, surgieron los visionarios, como el rematador Don Joaquín M. Tuchi, que el 5 de octubre de 1913, saca a la venta una fracción dividida en lotes. Era el espacio que en el lado norte está ubicado en las vías del ferrocarril y la calle Inocencio Arias, desde San Pedro hasta España. La propaganda es sugestiva en este cincuentenario. Se hace referencia a una zona donde viven los Dres. Zeballos, Ayerza, Woolmer, Raffo, Reboredo, el general Roca (debe relacionarse con la sucesión, porque el general ya había fallecido), el Sr. García, Lértora (gerente del F.C.O.), el Sr. Canale, Lloveras y tantos más, para hacer mérito al precio pedido: $10. La mensualidad, recordando la valorización que sobrevendrá dentro de “2 o 3 meses” cuando pase el ferrocarril en la estación.

Con este tenor se acelera la subdivisión y todos los contornos de la joven estación se van poblando con gran lentitud. El pueblo surge a la vida. Lo que ha de ocurrir de ahí en más es obra del futuro, de los hombres, de las necesidades, de las generaciones que se van sucediendo trayendo cada vez más vida, más impulso.

Pero de aquellos días memorables queda un recuerdo. El tren llegó a Castelar el 12 de diciembre haciendo alarde de su potencia y transpirando su esfuerzo con la estridencia de su pitada. En la estación había un grupo de vecinos comentando el acontecimiento y presenciando aquella página de historia. Entre ellos estaba listo para treparse al vagón Don Segundo Morandi, cuñado de Don Pedro Cerini, poseedor del boleto n° 1, casualidad que lo trasladó a esta cita merecida, que da relieve a los actores de una fundación.

Don Juan Curtoni, nacido en Castelar, de más de 50 años, nos asesoró con otras referencias muy gratas. Don José Capurro construyó frente a la estación, sobre la calle Rivadavia, el primer edificio para almacén. El segundo lo construyó el Sr. Santiago Chirle, en el lado norte sobre la calle Inglaterra, y lo alquiló al vecino Sr. Amador Monteagudo, quien instaló un almacén de comestibles, despacho de bebidas, cancha de bochas y peluquería, inaugurado en el año 1922, siendo sus clientes las personas que concurrían al campo de aviación vecino, instalado en 1921 por una misión italiana en el llamado barrio Costa, sobre la actual calle Inocencio Arias, que a su vez había sido el matadero de Mercadal, y una cuadrilla de 200 hombres que acampaban en las inmediaciones, construyendo las vías y la usina eléctrica para la electrificación del ferrocarril que se inauguró en 1923, fecha en que empezaron a correr los trenes de este tipo.

Don Amador era un peluquero de campaña y cortaba el cabello o rasuraba la barba en la vereda, a cielo abierto, mientras la clientela esperaba en el contorno el turno respectivo.

Por entonces proveía de leche a los vecinos Don Martín Oyharzábal, que era propietario de un tambo instalado en donde hoy está ubicada la base aérea militar de Morón, y se instalaba la primera autoridad policial de la zona en un vagón del ferrocarril oeste, a cargo del Sr. Juan Masne.

Entre estas reminiscencias iniciales de la vida lugareña, se recuerda con veneración a la quinta más antigua conocida en estos lugares, que fue la del doctor Farini, ubicada sobre el camino viejo de Morón e Ituzaingó (actual Inocencio Arias) denominada “Cinco Torres” por las características de la edificación de la casona, que era la más amable y accesible de la población, por la gentileza y bondad de Don Pellegrino Carabio y familia, padre del antiguo vecino Don Rómulo Carabio y abuelo del Doctor Rómulo Carabio hijo, quienes siempre estaban dispuestos a favorecer a los vecinos y atenderlos fraternalmente. En aquellos tiempos, Don Pellegrino era el hombre más conocido y amable.

Así se trazaron los primeros pasos posteriores a la fundación, casi a pantallazos cinematográficos, por la rapidez visual de los episodios, pero fijando de manera indeleble las formas y el contenido, para que cincuenta años después podamos recordar con afecto aquellos momentos preliminares de nuestra localidad.

Las cinco décadas transcurridas evidencian el crecimiento vigoroso de aquellas poblaciones creadas por la visión de quienes planificaron el porvenir del oeste de la gran capital argentina. Castelar, entre otras poblaciones, cubrió su territorio de viviendas, fábricas, comercios y se distinguió por el impulso de sus instituciones.

Al término de 1963, cincuenta años después de la fundación, el ritmo de vida toma perfiles ciudadanos, casi con jerarquía capitalina por la vecindad de la gran urbe nacional, casi diríamos, también, rasgando su vetusto ropaje, que deja perdido en el remanso de un pasado grato, para enfrentar con decisión el futuro que emprendemos ya, hacia los cien años, encabezando la marcha de esta presente y vigorosa generación.”

 

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La voz de Castelar - diciembre de 1963 - año XXXIII. - n° 268 - página 7.

 

 

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 ©  Carlos Gustavo Maldonado
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